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Los dos pactos

 

Los dos pactos

por R. L. Morrison

Mucha gente aparentemente no reconoce la diferencia entre los dos pactos, el antiguo y el nuevo testamento. Esto se manifiesta al oír como tratan de explicar esta declaración de Jesús: "No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir" (Mat 5:17).

Algunos proponen la explicación de que Jesús revocó la parte ceremonial de la ley. Esto, según ellos, incluye a los holocaustos, el quemar de incienso, y las demás ceremonias, pero dicen que la ley moral y especialmente los diez mandamientos todavía están en vigencia. Creen, pues, que la gente de hoy día tiene que obedecerlas porque son parte del antiguo pacto o testamento. Algunos de los que así creen ponen el énfasis en la ley del día de reposo y por eso creen que todos debemos adorar los sábados.

Otros, tal vez igualmente sinceros y honestos, creen que Jesús anuló la ley moral. Supongo que ellos incluyen también a la "ley ceremonial", porque no ofrecen los sacrificios que la ley requiere. Pero hasta ahora, no he oído ninguna explicación de lo que es la "ley moral" que Jesús quitó.

La palabra "cumplir" en Mat 5:17 quiere decir "llenar, cumplir, o completar" (Vine’s Expository Dictionary of New Testament Words). Jesús dijo, pues, que su propósito en venir fue para llenar, cumplir, o completar la ley. No la abolió en el sentido de echarla abajo a fuerzas o de derrocarla, sino que la guardó perfectamente. No violó ninguno de sus mandamientos. Además de eso, ¡cumplió lo que los profetas del antiguo testamento habían dicho del Mesías (o Redentor) venidero! Cristo dijo que las escrituras (el antiguo testamento) dan testimonio de él (Juan 5:39). Jesús no destruyó la ley ni a los profetas, sino que cumplió ambos.

¿Se debe concluir, entonces, que nosotros que vivimos actualmente estamos obligados a la antigua ley? ¡De ninguna manera! Estudiemos algunas cosas acerca de esa ley.

Ante todo, debemos aprender a quiénes fue dada esa ley. Cuando Moisés sacó a los israelitas del cautiverio egipcio, vinieron al monte Sinaí, en el desierto. Allí acamparon y Dios le llamó a Moisés a que subiera el monte donde le entregó la ley. En Éxodo 20, encontramos esa historia: "Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre" (Ex 20:1-2). Después, encontramos los diez mandamientos, y luego los estatutos y juicios que también eran parte de esa ley. En Deut 5, Moisés se refirió a lo mismo: "Llamó Moisés a todo Israel y les dijo: Oye, Israel, los estatutos y decretos que yo pronuncio hoy en vuestros oídos; aprendedlos, y guardadlos, para ponerlos por obra. Jehová nuestro Dios hizo pacto con nosotros en Horeb. No con nuestros padres hizo Jehová este pacto, sino con nosotros todos los que estamos aquí hoy vivos" (Deut 5:1-3). Dios hizo ese pacto con Israel. No lo hizo con ningún otro pueblo, ¡ni tampoco fue nadie más obligado a obedecerlo!

En el nuevo testamento, aprendemos que la ley fue dada para encerrar bajo la ley a los israelitas para aquella fe que iba a ser revelada. Esa ley separó a los israelitas de todos los otros pueblos. Fue un ayo para llevarnos a Cristo, en el cual somos justificados por la fe. Pero después de la venida de Cristo y esa fe, ya no eran bajo la ley, el ayo (Gal 3:23-25). Así que Jesús no vino a destruir la ley, cuyo propósito fue a traerlo al mundo para justificarnos por le fe, al judío y al gentil. La cumplió. Al satisfacer todos sus requisitos, la quitó, clavándola en la cruz (Col 2:14). Aquí Pablo habla de la ley como una "acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria". Al hablar del "acta de los decretos", habla de los diez mandamientos, los cuales fueron grabados en tablas de piedra.

Pablo también se refiere a esto en 2 Cor 3:7-8: "Y si el ministerio de muerte grabado con letras en piedras fue con gloria, tanto que los hijos de Israel no pudieron fijar la vista en el rostro de Moisés a causa de la gloria de su rostro, la cual había de perecer, ¿cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu?" Aquí, a lo escrito en piedra se le dice "el ministerio de muerte". Dice que fue glorioso, pero que "había de perecer". Luego el versículo 11 dice: "Porque si lo que perece tuvo gloria, mucho más glorioso será lo que permanece". Aunque fue gloriosa aquella ley del antiguo testamento, la cual fue dada a Israel por Moisés, fue también una ley al muerte. No proveyó el perdón de los pecados. Continuaba en vigencia hasta que Cristo la cumplió. Entonces, cesó de estar en vigencia, porque el nuevo testamento, que es un pacto mejor, comenzó a ser revelado por hombres inspirados. Este nuevo testamento debe ser predicado a toda nación y a toda criatura. Puede hacer lo que la antigua ley no pudo. Ofrece al pecador perdón del pecado. Bajo el antiguo pacto, los holocaustos de animales y pájaros no podían expiar el pecado. Pero la sangre de Cristo fue derramada como un sacrificio que puede limpiar a uno, y efectuar su justificación ante Dios. En vista de estas cosas, ¿para qué quisiera uno recurrir al "ministerio de muerte"?

En la carta a los hebreos, esta diferencia entre los dos pactos se expone claramente. En el capítulo 7, el escritor dice que Jesús es sacerdote para siempre (vs. 17-21). Sigue diciendo que Jesús fue hecho "fiador de un mejor pacto" (vs. 24). En el capítulo 8, dice: "Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas. Porque si aquel primero hubiera sido sin defecto, ciertamente no se hubiera procurado lugar para el segundo" (vs. 6-7). Luego podemos leer de la promesa de un nuevo pacto con la casa de Israel y Judá, no como el pacto que Dios hizo con sus padres. Y luego, el versículo 13: "Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero". En el capítulo 9, leemos de los sacrificios bajo la ley antigua, y después del sacrificio de la sangre de Cristo. "Así que, por eso es mediador de un nuevo pacto." Por último, en 10:9 leemos: "He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último". Cuando Jesús cumplió la ley, la quitó, pero entregó una ley mejor, con bendiciones mejores que las de la antigua.

Uno debe tener conciencia que bajo el antiguo pacto, Cristo no es mediador. El antiguo tenía sus sacerdotes quienes ofrecían sacrificios por el pueblo. Pero Jesús no podía ser sacerdote bajo la antigua ley: era de la tribu de Judá y los sacerdotes eran de Leví. Uno que trata de guardar la antigua hoy en día (aunque nadie lo puede hacer) no debe esperar la intercesión de Cristo. Los que obedecen la nueva, en cambio, tienen el privilegio de acercarse a Dios a través de Cristo. El que recurre a la ley del antiguo testamento para su guía, ¡no puede hacer eso!

Esto no quiere decir que el antiguo testamento no es parte de la Biblia. ¡Sí, es! Fue inspirado de Dios. Pero ya sirvió su propósito. Ya cumplió la intención de Dios. Al servir su propósito, fue quitado, y ahora tenemos una ley perfecta, la de la libertad. Nos hace posible el perdón de los pecados (la justificación). Nos da una esperanza más allá de esta vida, una herencia incorruptible, reservada en los cielos (1 Ped 1:3-9).

Muchos hoy en día observan las doctrinas de hombres, tratando de "guardar el día de reposo" o los diez mandamientos. Son no más que doctrinas de hombres, ¡y fácilmente se reconocen por lo que son, si uno hace el esfuerzo de escudriñar las escrituras para ver si es así! Como dicho antes, Dios le entregó aquella ley a cierto pueblo--Israel--y fue cumplida y quitada por Cristo. ¡No procure obligar ni guardar lo que Dios ha quitado!

Nadie puede entender la Biblia sin reconocer la diferencia entre el antiguo y el nuevo testamento. De hecho, si uno no reconoce la superioridad del nuevo, es dudoso que pueda acatar sus requisitos para hacerse cristiano.

"Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad" (2 Tim 2:15).

¿Es UD. aprobado por Dios?